El Tribuno

“Ningún muerto célebre trascendería sin la existencia de escrituras póstumas”

FUENTE Télam

Hace 25 años el escritor Federico Andahazi se instaló en la escena literaria con la historia del descubrimiento del clítoris -el órgano que activa el placer sexual en las mujeres, cuya existencia fue detectada por el médico renacentista Mateo Colón- y en estos días regresa con “Las huellas del mal”, una novela centrada en otro hallazgo crucial: el del antropólogo y policía Juan Vucetich, pionero de la dactilografía, quien investiga el primer crimen que se resolverá por el método de las huellas digitales, hecho sucedido en Quequén en 1892, cuando aparecieron asesinados dos hermanos, de 6 y 4 años.

“’El anatomista’ surgió de una sucesión de descubrimientos increíbles: el clítoris tenía un descubridor y ese hombre se llamaba Colón, igual que Cristóbal, el descubridor de América. Como si las mujeres no lo hubieran descubierto antes, como si los pueblos originarios no hubieran descubierto antes que Colón el suelo que pisaban. Tanto ahí como en ‘Las huellas del mal’ el ‘descubrimiento’ era la máscara, el eufemismo de la apropiación: la apropiación de un continente y la colonización literal del cuerpo femenino. Y ambos sucedieron casi al mismo tiempo”, destacó Andahazi a Télam.

Además de contar la historia de Vucetich, “Las huellas del mal” narra “un hecho espectacular que la literatura no había explorado”, el doble homicidio de los hermanitos Carballo en 1892, un crimen “cinematográfico, novelístico, envuelto en una serie de sucesos que lo emparentaban con la tragedia griega, con la obra de Eurípides”, reveló su autor, a la vez que expresó su perplejidad porque nadie hubiera escrito o filmado antes esta historia.

“Estaba todo dado: un escenario ideal en un pueblo pequeño en el que todos eran sospechosos, un detective genial, mucho más literario y sagaz que el propio Sherlock Holmes y un trasfondo político en una época histórica crucial”, apuntó.

Los sucesos de esta novela, recientemente publicada por Grijalbo, narran el primer caso en la historia universal de un crimen que se resuelve por el método dactiloscópico.

“Y todo eso acá, en Argentina.

Estaba todo dado para escribir una novela policial, histórica, psicológica, biográfica. ¿Qué más puede pedir un escritor?”, remarcó Andahazi.

El autor de los libros de cuentos “El árbol de las tentaciones” y “El oficio de los santos” descubre además un hecho determinante que se intentó silenciar con mucho éxito: la crónica de la época dice que Vucetich nunca estuvo en Quequén y que había mandado a un oficial entrenado por él a recoger las huellas para dilucidar el caso de los hermanos asesinados; pero, según conjetura Andahazi, el policía de origen croata sí estuvo en el lugar de los hechos. ¿Por qué se produce ese contrapunto?

“Las autoridades y la Policía locales temían que la investigación pusiera en evidencia los negocios turbios alrededor del puerto de Quequén: tráfico de personas, proxenetismo, juego clandestino, contrabando, etc”, arriesgó el escritor.

Andahazi, nacido en Buenos Aires en 1963, explicó que la investigación para la novela fue todo lo contrario del trabajo de investigación para “El anatomista”, publicada en 1997.

En aquel caso, casi no existían noticias de la vida del descubridor del clítoris, Mateo Colón, apenas un par de artículos en la Enciclopedia Italiana y en la Británica.

Ese vacío le permitió al novelista, autor de “Las piadosas” y “El secreto de los flamencos”, construirle una biografía conjetural, literaria.

“Tenía la libertad absoluta para establecer hipótesis y crear”, dijo.

“Los libros son el único antídoto contra la muerte. Es emocionante resucitar”.

“También descubrir al personaje, exhumarlo, los rituales de respeto y la escritura”.

“La literatura es una máquina de resucitación y de impartir justicia poética”.

En el caso del protagonista de “Las huellas del mal”, por el contrario, existía una gran cantidad de libros, artículos periodísticos y crónicas de la época. Al contrario de lo que podría suponerse, el escritor afirmó que “esta abundancia bibliográfica atenta contra la ficción”.

¿Por qué en su momento se intentó ocultar la misión de Juan Vucetich en Necochea?

En esa época el mundo estaba lanzado en una carrera por establecer el estándar de la identificación humana: Alphonse Bertillon, en Francia; Francis Galton, en Inglaterra; y Cesare Lombroso, en Italia, avanzaban por caminos inciertos y tortuosos.

Se corría la voz de que en Argentina había un científico dálmata que estaba desarrollando un método de una precisión inédita. Argentina se llenó entonces de espías que querían saber qué sucedía en el gabinete de Vucetich en La Plata.

El doble homicidio de Necochea era el caso perfecto para que nuestro

Sherlock pudiera investigar un crimen en un lugar remoto, lejos de la prensa y la mirada indiscreta de los espías. Pero claro, las autoridades y la Policía locales temían que la investigación pusiera en evidencia los negocios turbios alrededor del puerto de Quequén: tráfico de personas, proxenetismo, juego clandestino, contrabando, etc.

¿Se puede pensar que sos un cazador de personajes olvidados?

Sí, la literatura es una fabulosa máquina de resucitación y una manera de impartir justicia poética. Y la justicia literaria es el estrado más alto de la Justicia. Se suele decir que la muerte redime y exculpa. No es cierto, al contrario, la muerte silencia y te arrebata la posibilidad de última palabra.

La muerte es injusta. Ningún muerto célebre habría trascendido sin la existencia de las escrituras póstumas. Sin la existencia del libro, el cristianismo, por ejemplo, se habría extinguido con la muerte de Cristo como una pequeña secta apocalíptica.

Los libros son el único antídoto contra la muerte. Es muy emocionante ese proceso de resucitación, desde el descubrimiento del personaje, la exhumación, los rituales de respeto, los honores y finalmente la ceremonia de la escritura.

Es tan fuerte el soplo vital de la literatura que la mayor parte de los artículos biográficos sobre Mateo Colón da por ciertos datos ficticios que conjeturé para la novela. Hay que ser muy respetuoso con los muertos porque no pueden defenderse y hay que ser respetuoso con los vivos porque de ellos dependerá tu memoria. Esa es, al menos para mí, la ética de la escritura.

Se puede decir que existe también entre “El anatomista” y “Las huellas del mal” una especie de matriz?

Me decía un lector: “Qué interesante recorrido desde ‘El anatomista’ a ‘Las huellas del mal’: un viaje desde el clítoris hasta la yema de los dedos”.

Los lectores son geniales. Ellos entienden el sentido último y más recóndito del texto de un autor. La interpretación del lector es inapelable.

Son ellos los que establecen la verdad y el autor queda completamente sometido a ese veredicto.

“El anatomista” surgió de una sucesión de descubrimientos increíbles: el clítoris tenía un descubridor y ese hombre se llamaba Colón, igual que Cristóbal, el descubridor de América.

Como si las mujeres no lo hubieran descubierto antes, como si los pueblos originarios no hubieran descubierto antes que Colón el suelo que pisaban.

En ambos casos, el “descubrimiento” era la máscara, el eufemismo de la apropiación: la apropiación de un continente y la colonización literal del cuerpo femenino. Y ambos sucedieron casi al mismo tiempo.

Y ahora, 25 años después de “El anatomista”, llegamos al pulpejo de los dedos. Otro descubrimiento que cambió la historia para siempre. Juan Vucetich hace un descubrimiento con dimensiones místicas, casi teologales: cada persona lleva en el extremo de los dedos el sello de todas sus acciones y ese sello es singular y diferente al del resto de los seres humanos. Son esos hechos que hacen temblar el pensamiento racional de los científicos.

Pero además, tanto en “El anatomista” como en “Las huellas del mal”, hay una historia de amor donde también aparece ese deseo de apropiación.

Mateo Colón quiere “colonizar” el cuerpo femenino para, en última instancia, apropiarse del amor y del cuerpo de la mujer que amaba y que le respondía con perfidia.

En este caso, Vucetich se roba, se apropia, de las huellas de una mujer que lo atrae, que lo fascina y que le es no solamente esquiva, sino directamente hostil: la chica anarquista que se opone a cualquier forma de identificación humana.

Esta mujer, Luciferine, sin dudas ocupa un lugar equivalente al de Mona Sofía en “El anatomista”.

Opinión

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2022-11-27T08:00:00.0000000Z

2022-11-27T08:00:00.0000000Z

https://edicionpdf.eltribuno.com/article/282849374994993

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