Colgada de los escarpados acantilados y las rocosas playas que se extienden desde la región de Arica, en el norte de Chile, a sus vecinas de Tacna y Moquegua, en Perú, la cultura Chinchorro parece una más de las muchas sociedades precolombinas que habitaron Sudamérica hace 10.000 años.

Una comunidad ancestral de pescadores del Pacífico, que apenas lograrían una pequeña página en la prehistoria si no fuera por una tradición funeraria que las hace únicas: conocían y practicaban la momificación mucho antes de que esta se extendiera en el antiguo Egipto. “Todos se momificaban. Los chinchorros no se enterraban”, dijo Valeslka Laborde, responsable de patrimonio en la zona de Camarones.

La técnica es la más antigua y peculiar que existe, ya que los chinchorros prácticamente vaciaban los cuerpos. Retiraban vísceras y huesos, y rellenaban el interior.

“A las momias rojas, que son de hace 5.000 años, ya no se les extraían los huesos, sino solo las vísceras. Así que yo creo que la relevancia que los chinchorros tienen a nivel mundial es la técnica de momificación”, señala Laborde.

Las primeras momias chinchorro aparecieron en caleta Camarones, un valle que se interna en el desierto de Atacama, a principios del siglo XX.

Carecían de ajuar funerario y estaban dispersas por diferentes lugares. Sin apenas recursos e interés estatal en su conservación hasta que el pasado año la Unesco decidió integrar su asentamiento y momificación en la lista de Patrimonio de la Humanidad.

Además de las muchas que se creen todavía enterradas, en la actualidad es posible observar un centenar de momias en el museo arqueológico San

Miguel de Azapa, y el Museo del Sitio Colón 10, ambos en Arica.

La decisión de la Unesco de convertirlas en Patrimonio de la Humanidad empujó al gobierno a buscarles un edificio propio para crear un museo y a desarrollar un parque para proteger los vestigios.